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Tierra de Pinares

tierra de pinares 1

Autor: Ignacio Sanz ; [dibujos de Manuel Gómez Zía]; Año 2006

La Asociación Honorse – Tierra de Pinares, durante el programa PRODERCAL 2000-2006 llevó a cabo un ambicioso Proyecto de Valorización de los Recursos Locales de la comarca, que aglutinó la ejecución de diferentes actuaciones de puesta en valor de los recursos naturales, patrimoniales, culturales. Con este proyecto se buscó el conocimiento y la puesta en valor de forma sostenible de nuestros recursos por parte de la población y de los visitantes de Tierra de Pinares.

Dentro del proyecto, este libro ahonda en la propia esencia de la Tierra de Pinares a través de sus gentes, sus historias y sus paisajes. La literatura perfila, como ninguna otra labor creativa, la identidad colectiva de la comarca y sirve como base de inspiración para el desarrollo del resto de sus actuaciones.

Extracto:

«La Tia Enriqueta, su madre, le llamaba Santines. Ella debió de contagiarme el diminutivo. Y ahora, tantos años después, el ya con cerca de setenta, tengo que hacer un esfuerzo cada vez que le veo para llamarle Santos a secas, como corresponde a un hombre de sus hechuras. A ratos agricultor, a ratos leñador, a ratos corredor de seguros, albañil ocasional, inquieto siempre y haciéndolo frente a la vida, no sabía lo que era el sosiego hasta que en 1996 sufrió un accidente.

Durante un mes crucial, Santos tuvo en vilo a la gente que le aprecia y que temía por su vida. ahora, el episodio del accidente en el pinar, aparece difundo en el tiempo, pero en aquellos dias pensé en el con insistencia y, por extension, pensaba en su mujer y en sus tres hijos, entonces, en plena adolescencia. Las noticias que llegaban del hospital, en madrid, no eran halagueñas. Había perdido el movimiento de la mano y del brazo derecho y, encima, con esa debilidad soportó un infarto. Menos mal que el infarto , en medio de todo, le sobrevino en el hospital. Luego, tras esfuerzo titánicos, supero parcialmente la perdida del movimiento de brazo que los médicos le había diagnosticado como irremediable., y fue sometido a una rehabilitación que se prolongo durante año y medio. Ahora, Santos, felizmente, puede contarlo, aunque, con el brazo derecho ligeramente atrofiado, haya dejado de ser el campeón comarca de chito. No había en Tierra de Pinares ningún tirador de tango que pudiera igualársele.

Estamos en el comedor de su casa, rodeados de ropa planchada que Carmen, su mujer, todavía no ha metido en los armarios porque ha tenido que salir corriendo. Alto como un balanguero, aunque los años le hayan ido doblando, habla a ráfagas, con la furia de una ametralladora.

-Todos los trabajos cobran su tributo- afirma categórico. Me lo decía el señor San Fabian que se ocupo de mi rehabilitación en el hospital de segovia. Me pase dieciocho meses seguidos después de las operaciones y del infarto yendo y viniendo todos los dias para evitar que el brazo se me quedara turulato. La madre que lo parió, si, pensándolo bien estoy aquí de milagro. Dicen que el mar es traidor que la mina o el andamio son criminales. ¿y el pinar? ¿Como habría que llamar al pinar? Asesino, como poco. Pero, fíjate, el peligro del pinar estriba en la confianza, uno se confía y ya está perdido. Mi padre, que en gloria esté, siempre tuvo mucho respeto al pinar. Y eso que habilidoso, era muy habilidoso. De joven fue sacador de tocones, y quieras o no, eso es un ramgo; el que domina los tocones no tiene problemas con el hacha ni con los Pinos. Pues te decía que mi padre nunca le perdono el respeto al pinar. Recuerdo que la primera vez que me llevo con él, si hay un chiquillo de diez u once años; tienes que echarme una mano, me dijo, cuando aparejaba la yunta al carro. Y me fuí con él a la pimpollada que tenemos en el Salitrero para tirar tres o cuatro cañas, ya sabes que aquí decimos cañas los pinos secos. Al llegar a Pimpollada, lo primero que hizo fue de unos cortes con el hacha para hacer una hendidura en forma de cuña al pie del tronco, pero no al buen tuntún; en esa hendidura ya le buscaba la caída, evitando no dañar con el desplome a los otros pinos. Eso es vital. Luego, con el tronzador, ras, ras, ras, y en menos de tres minutos ya estaba el pino tumbado. Que tino tenía mi padre darles la caída.

Una vez el pino en el suelo, lo desroñaba con un hacha de doble boca, le quitaba la ramas la picota y luego, con la ayuda de los machos, pero él solo, aupaba el tronco hasta el carro. Verlo para creerlo. Los trescientos o cuatrocientos kilos de un tronco subidos hasta la caja el carro como si fuera un palillo. ¿Que cómo lo hacía? Pues muy fácil con maña. Pasaba una cuerda por el cuello de las mulas, de esa cuerda enganchaba el extremo mas fino del tronco, el otro extremo lo apoyada contra el pie de un pino para hacer la palanca, retrocedía un poco y el tronco se iba empinando hasta alcanzar la caja del carro; una vez aupado el tronco a la caja, enganchaba los machos al carro y reculaba, tras tresa atrás, hasta dejarlo cargado. Qué fácil se dice ¿y para que he venido yo? recuerdo que le pregunté, porque todo lo hacía él. Has venido para por si acaso me dijo muy serio. Para por si acaso ¿qué? le pregunté. En el pinar no sé debe confiar nunca y toda precaución es poca. Apréndetelo bien porque cuando menos te lo esperes puede surgir un por si acaso. Por eso han venido. Esa fue la primera lección.

Santos hace un alto, como si rememorara minuciosamente aquella primera lección de su padre, el tío Justo, y luego chasquea la lengua y continúa el relato:

La gente mayor sabía lo que se traía entre manos. Me acordé de mi padre la mañana del accidente. Gracias a eso puedo contarlo. Y digo que me acordé de él porque, al llegar a la pinpollada del Salitrero, la misma que en aquella ocasión, dejé el coche embocado al camino de vuelta. Parece una tontería, pero eso fue decisivo porque, tras el golpe, la mano derecha se me quedó inútil, totalmente inservible y supongo que arrancaría con la izquierda, metería segunda, con la izquierda también, la cabeza chorreando sangre, pero me dije: tengo que llegar, la madre que me parió, tengo que llegar como sea, la camisa cada vez más empapada de sangre, chorreaba como un marrano, la vista cada vez más perdida, con la nariz pegada el parabrisas y como atontolinado por el dolor; pero ciego y ensangrentado, me cago en ros, llegué conduciendo hasta la puerta del médico, justo hasta la puerta, la suerte de que esté a la entrada del pueblo por ese camino y allí, en la puerta, me desvanecí. Pero en ese momento llegó Vicente Guadarra, que suerte también, que iba a la consulta y Vicente, tan dicharachero, me saludó, pero ya no pude responderle, y entonces él, al ver la camisa ensangrentada aviso a la practicanta, porque el médico aún no había llegado, la practicante como lo vería, dijo que no se podía esperar una ambulancia, que alguien me llevara y fue Cipriano, mi cuñado, el que me trasladó en su coche a Segovia.

-No me has dicho cómo se produjo el accidente.

-La Virgen, es verdad, se me ha escapado lo de la accidente. Fué de la forma más tonta. Quién lo iba pensar. Quería hacer una carga de leña, a eso fue al Salitrero, para hacer leña de un par de cañas secas. Fue el 16 de febrero de 1996. Un día frío; por la noche había caído una helada prieta, el hielo es mal, malo, malo. Con le hielo la leña se vuelve indómita y no parte, sino que salta y rompe por donde por donde menos te lo esperas. Llegé al pinar a las diez de la mañana y, como te he dicho, dejé el coche encarado hacia el pueblo. Saqué la motosierra e hice una muesca el pie del primer tronco, calculando la caída. Antes tenía que haber tirado el otro pino, pero fui el que tenía más cerca. La confianza, el exceso de confianza. Por ahí empieza el peligro, por la confianza. Ya sabes que Antonio Bienvenida, tan gran torero, lo mató una vaquilla. A mi casi me pasa lo mismo, la virgen, con la de pinos grandes que cortado en mi vida. Lo cierto es que el pino que, como te digo, no hay ninguna cosa del otro mundo, cayó, y al caer, una candileja, así llammos a la ramas secas, golpeó con otro pino y chascó de mala manera, por culpa del hielo. Esa rama fue la que saltó por los aires y se me vino a clavar en la cabeza como si fuera un hierro de punta. ¿Quieres verla?

– ¿La tienes?

-Espera un momento.

Santos sale del comedor. Me deja rodeado de calcetines recogidos, sábanas y camisas planchadas y poco después regresa con una rama más de medio metro, con el grueso de un brazo, totalmente seca.

Aquí está, fíjate bien, todavía tiene pelos en la punta; está es la asesina que se metió en la sesera, date cuenta el agujero que me hizo.

Santos me lleva la mano a su cabeza, prácticamente despejada, y me hace pasar los dedos por el pequeño socavón que le ha quedado.

-Lo que tengo debajo de la piel es una chapa de titanio.

-¿Quién recogió la rama?

– Cipriano, mi cuñado. Regresó al filo del mediodía y dice que todavía estaba la motosierra en marcha, al ralentí y que allí al pie de la motosierra había un charco de sangre del tamaño de una tortilla.

Santos junta las manos y abre los dedos para señalar en ese gesto la dimensión del charco.

-¿ Hay muchos accidentes en el pinar?

-Muchos, ya lo creo. Y siempre se producen por un descuido, por un exceso de confianza. Algunos sin la suerte que tenido yo. Sin ir más lejos a Fernando, el pescadero, el yerno de la Casiana, toda la vida en el pinar y el año pasado, a lo tonto también, se le cayó un pino encima y lo dejo arriñonado ; tuvo que llevar un corsé durante más de seis meses porque se le rompió dos vértebras. El golpe lo dejó sin pulso en las piernas, completamente inmóvil, y tuvo que arrastrarse más de 200 metros hasta llegar al coche donde tenía el móvil y menos mal que lo llevaba. «

«-¿Y ahora que qué haces?

-Jubilado, ¿Qué voy a hacer? La mano derecha la tengo medio perdida. La muevo pero no la domino. De eso se valen algunos. Te aseguro que si no hubiera sido por el accidente nadie me iba a ganar en los campeonatos de chito de la comarca; ahora, que remedio, ante las tantas con la izquierda, pero soy uno del montón, cuando acierto, acierto, pero lo hago de chiripa, por pura carambola. Y es que ya me dirás qué puedo hacer un jugador diestro con la mano izquierda.

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