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A la sombra del tricornio

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Martes 25 de febrero de 1992

Es un pueblo sin delitos y con guardias. Lastras de Cuéllar (Segovia) es una de las 1.000 localidades que perderán el cuartelillo, según los planes de operatividad de la Guardia Civil que pretenden cerrar uno de cada tres centros rurales. «El pueblo quiere guardias y lucharemos hasta el final para que sigan aquí», afirma Victoria Avial, la alcaldesa de esta localidad de 674 habitantes. Lastras de Cuéllar no es ningún bronx, pero, como dice una vecina, «la sombra del cuartel hace mucho»….

«Sin novedad», se cuadra el número. «Muy bien», responde el subteniente. Es el saludo habitual. Las novedades no abundan aquí: seis diligencias y un detenido en 1990. Los dos se quitan el tricornio reluciente y entran en la casa cuartel de Lastras de Cuéllar, un edificio de piedra levantado hace casi cuarenta años y mal acondicionado. Un sargento y dos guardias -antes eran ocho- son toda la dotación del puesto, situado a 45 kilómetros de Segovia.Los guardias no saben nada: «No nos han comunicado el cierre. Nosotros nos debemos a la obediencia, pero creo que la gente lo va a sentir mucho», afirma el subteniente, encargado de cuatro pueblos de la zona. El suboficial, que pide anonimato, es un hombre satisfecho de su trabajo, aunque éste no se refleje en las estadísticas. «La nuestra es una misión más preventiva que ejecutiva, pero si se escribiera lo que la Guardia Civil evita, sería un libro enorme», opina.

El subteniente, que dirige a los 30 guardias de cuatro cuartelillos -Cuéllar, Aguilafuente, Lastras y Fuentesaúco, pueblos que suman 15.000 habitantes reconoce que en los 450 kilómetros cuadrados bajo su control no abundan los delitos. «Nada de atracos. De vez en cuando hay algún robo sin violencia. Son los cuatro porreros, que tienen que pagarse la droga», explica. «Uno acaba por pensar que los otros duermen porque tú estás ahí. Es una satisfacción oír roncar a los vecinos cuando estás de ronda», añade.

Dormir tranquilos

«Eso de que a medianoche sepas que ellos están dando vueltas, hace mucho», apunta Epifanio Pascual, uno de los que duermen confiados. Como otros vecinos, teme que, con el cierre del cuartelillo, acabe la tranquilidad histórica de este pueblo de agricultura, y pinar. Su hijo, de 26 años, tiene, la misma opinion. Además, los guardias son muy majos», apunta el joven. Epifanio padre se lamenta también de lo mucho que ha bajado un pueblo que llegó a tener el doble de habitantes. «Antes había de todo, incluso ocho maestros. Ahora no quedan más que los guardias, la farmaceútica y el cura. Si encima nos quitan a los civiles, nos quedamos sin nada», señala. Uno de los que queda, el cura don Jesús, es el único consultado que no critica la medida. «Me parece normal. La concentración es cosa de los tiempos que corren», apunta. El sacerdote entiende los planes de la Guardia Civil: Las patrullas móviles serán más operativas y menos costosas. Claro que, si por él fuera, no habría pueblos con menos de 5.000 habitantes, porque son un gasto inútil.

«Creo que si los guardias se van, tendremos más problemas», apunta Primitivo Yuste, de 66 años. Fermina Avial, de 78 años, siempre conoció a los civiles en el pueblo. «No creo que se los lleven, porque siempre nos hemos llevado bien con ellos», confia. Su sobrina, la alcaldesa Victoria Avial, de 47 años, piensa luchar «con uñas y dientei» para mantener el cuartelillo. «El Ayuntamiento se compromete a dar dinero para arreglar el cuartel, que está muy mal con tal de que no se lleven a los guardias. Recogeremos firmas o lo que sea», apunta esta maestra del PP.

Esta alcaldesa de fin de semana, -de lunes a viernes trabaja en un colegio de Madrid-, propone que el cuartel de Llanos se convierta en el centro de los guardias de la zona. Le duele especialmente que los planes pasen por potenciar al vecino pueblo de Aguilafuente -a ocho kilómetros- su rival tradicional. Pero en Llanos están acostumbrados a la dificultad: Mantienen la costumbre de hacer vino, aunque no tienen viñas.

En el bar Pincho, Santos, Florencio y Javi juegan la partida de cartas. Entre baza y baza, se muestran pesimistas. «Si no hacen caso a los de la huelga de autobuses de Madrid, menos nos lo harán a nosotros». «Estaremos menos protegidos. Aquí nun ca ha pagado nada», dicen.Eso, que siempre ha sido una ventaja, parece convertirse ahora en un inconveniente.

 

Artículo original:www.elpais.com

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