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La Serreta

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Imagínense el revuelo. La noticia apareció en la portada de El Norte, edición Segovia, hace ya unos meses. Dos mil puestos de trabajo en Lastras de Cuéllar, un pueblo que, como casi todos, se desliza por la pendiente abajo. Un complejo hotelero de lujo: restaurantes, campos de golf, zonas comerciales, balnearios, masajistas a tutiplén, helipuerto.

El proyecto parecía muy maduro y tenía como reclamo La Serreta, una finca de seiscientas hectáreas, atravesada por el río Cega, propiedad en su origen del Duque de Alburquerque, coronada con un palacio renacentista con sus arcos carpaneles; tradicionalmente ha sido un coto de caza. Abundan conejos, liebres, jabatos, corzos, garduñas, tejones y nutrias. (1)

También el rey emérito pasó por allí dándole su toque de prestigio. De ahí que un elenco de empresarios chinos hubieran puesto su ojo en La Serreta. Total que los lastreños esparcidos mayormente por Madrid, Barcelona, Bilbao y Valencia incendiando las redes y enviándose la portada unos a otros con mensajes jubilosos, corrosivos o con retranca. Según los casos. Como cuando nos hablan de un tesoro. Los más optimistas imaginaban las seiscientas hectáreas convertidas en sedosa pradera, los aspersores a todo trapo con su lluvia artificial, los hoyos de arena silícea entre las encinas y los rebollos y el cielo surcado cada tres o cuatro minutos por helicópteros silenciosos que no perturbarían la vida apacible porque lo que más aprecian los ricachones chinos es el silencio.

Así que nosotros, los lastreños, nos olvidaríamos del trigo y de la cebada, de los puerros y de las patatas; también de la resina de nuestros pinares. Todos ricos dando masajes, suministrando pelotas y sacando brillo a los palos de golf, lo mismo que cuando, en los primeros años sesenta del siglo XX Franco nos envió una compañía de prospecciones que instalaron sus grúas y sus laboratorios de campaña en el prado donde trillábamos la mies y comenzaron a extraer tierra haciendo un pozo profundo para llegar hasta el vientre de la gran bolsa de petróleo que albergaba el interior.(2)

Pasados unos meses les vimos desmantelar el campamento cargando sus grúas en grandes camiones y largándose a otras tierras donde les esperaban nuevas ilusiones y nuevas catas. Los lastreños, nos quedamos cariacontecidos. La Serreta ha sido el último globo sonda con el que trataron de adormecer nuestro sueño.

Pasé hace unos días por la escuela de Lastras. Quince niños en total. Majísimos. Es la misma escuela que estrenamos hace casi sesenta años los niños de mi generación. Entonces seríamos doscientos cincuenta porque estuvieron llenas las ocho aulas, cuatro de niñas y cuatro de niños.

La Serreta sigue en venta. A ver si alguien se anima y crea diez o doce puestos de trabajo. Nos daríamos con un canto en los dientes.

Ignacio Sanz

Articulo publicado en la edición impresa del Norte de Castilla el sabado 17 de marzo de 2018

 

(1) El Palacio y Bosque de la Serreta

(2) Ignacio Sanz escribio un libro en 1997,  El año del petroleo, inspirado en la busqueda de petroleo en Lastras.

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